La literatura como expresión artística, es el gran termómetro de lo que piensa y siente una sociedad. Su capacidad de crear personajes, arquitecturas, geografías y todo aquello que embarga el sentimiento humano, promueve un vínculo permanente entre la imaginación y la realidad. Las palabras que son el sucedáneo de su materia y razón de ser. Invaden con premisa o sosiego, la sensibilidad de los lectores. Que son los que determinan, la frontera o el abismo con que se despiertan esas palabras.
Son los lectores, que se transforman en otros, mientras leen o escuchan el paso de esas palabras, sus ecos, el grito de sus pasiones, el peso de sus nostalgias, el abrasador sentimiento de sus ausencias. Lectores que vuelven a su propio cuerpo, pero desbordados de otros espíritus, de mayores incertidumbres o contagiados de nuevos retos.
Eduardo Galeano, siempre pesco anécdotas, hazañas personales o retazos de historia que incomodaban el paso a la MEMORIA OFICIAL. Esa que escriben los vencedores y que ahora los noticieros nacionales divulgan con un profesionalismo riguroso y que cuentan, con esa libertad de prensa que le otorga la publicidad de un detergente o el desodorante con huella de carbono, que impide el sudor y las manchas de los 45 grados de temperatura que produce el cambio climático bajo las axilas humanas.
Los libros de Galeano, se propusieron la tarea de invitar a la realidad, que casi siempre supera con creces la imaginación y se transformaron en las voces íntimas, populares y fantasmagóricas de un continente, que ha labrado su historia con la dignidad desbordada de muchos fuegos personales. En sus obras están las oquedades, los abismos de una orfandad que se va juntando en nuestra historia colectiva.
Galeano no son las VENAS ABIERTAS DE AMERICA LATINA, su libro más emblemático. Tan solo tenía 23 años cuando lo escribió.
Galeano es: LAS MEMORIAS DEL FUEGO. Esa Arteria que nos lleva al corazón de América, en un bombeo de diástoles y sístoles de nuestra verdadera realidad. Un libro que crece con nosotros.
Esa Trilogía de Nacimientos, Caras, Mascaras y Siglo del Viento, que logra penetrar en la mitología prehispánica, caminar sin tropiezos por las terrazas de una arquitectura que sedujo la altura de los andes como: Pisac, Ollantaytambo, Machu Picchu y los Viveros de Moray.
La del desierto como: Chan Chan, la ciudad de barro más grande de Latinoamérica. La de Caral, que se ancla en un pasado más antiguo que las civilizaciones mesopotámicas. Y que carece de vestigios hostiles y más bien, muchas huellas de tolerancia y bien común. Todo un descubrimiento, sin precedentes en la arqueología mundial. Y que la ACADEMIA ANTROPOLOGICA DEL PATRIARCADO, le otorga ciertas dudas a su descubridora, por ser una mujer enorme: Ruth Shady Solís.
No olvidemos tampoco, ni pongamos en dudas, esa ciudad de canales navegables y colores de naturaleza viva como Tenochtitlan que sorprendió la avaricia triste y mediocre del cronista Bernal Díaz del Castillo. Quien se quedó sin imaginación para describirla.
Recordemos que para esa época, los europeos no sabían qué hacer con la mierda y los desechos de sus ciudades. Y esa incapacidad sanitaria les había causado la muerte de una tercera parte de su población en lo que se denominó la Peste Negra. Grave problema escatológico, que ya había sido resuelto varios siglos atrás por las culturas prehispánicas.
Y es que las Memorias del Fuego, es una verdadera Arteria que nos lleva al corazón de Latinoamérica. Con sus leyendas, personajes, pueblos, sueños, Maíz, Papa, Jaguares, Colibríes, búhos y hasta la historia de la Yerba Mate, que nace cuando la luna navega por el rio Paraná e ilumina su entusiasmo de compartir con un mate de mano en mano, de sorbo en sorbo esa bebida guaraní, que festeja la palabra, la camaradería y el ánimo del día.
Hoy no compartimos ni el saludo físico, ni el verbo, ni el entusiasmo. Somos virtuales hasta para expresar la ira y la risa.
Y es que en el interior de esta obra, encontramos nuestros verdaderos rostros, no los de la historia oficial y cronológica, sino la que nos contagia de luces y nos incita a dudar, que es el principio del conocimiento.
Su savia y chispa, recorre ese antiguo y esplendido Camino Inca (en Quechua Qhapaq Ñan) que se extendía por 40.000 kilómetros desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile y Argentina.
Memorias del Fuego, que también navegan en los barcos indígenas de la cultura ecuatoriana huancavilcas, desde el pacifico sur hasta Acapulco en México, comerciando las Spondylus y el Cacao Americano. Tráfico de especies y productos que dejaban un aroma de selva y andes por el océano. Totalmente antagónico al dolor y tragedia humana que transportaban los negreros ingleses y europeos que inauguraron los tratados de libre comercio con el alma de una de las culturas más alegres y creativas, la CULTURA AFRICANA.
A esta altura de este discurso, la narración parece un tratado de historia, pero es que Galeano, hizo de la historia una excusa para contagiarnos de quimeras, metáforas y utopías.
Como la del Alexander Von Humboldt en sus Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. La de Aimé Bonpland, recogiendo e inventariando plantas en las tierras americanas. Personajes que inauguraron la curiosidad botánica, la defensa de la naturaleza, mientras un ejército de lacayos destruían y asesinaban en nombre de la cruz y fundían la maravillosa filigrana y creación artística en lingotes de oro para saciar su autoridad imperial, esclavista y eclesiástica.
“Y no fue que necesitáramos a Humboldt y Bonpland para inventariar nuestra geografía y naturaleza. Porque ya la teníamos en la sangre y en el alma. El códice botánico prehispánico era nuestra medicina. Códice que llamaron De la Cruz – Badiano, porque así se llamaba el cura que lo tradujo al latín y que representaba la farmacopea prehispánica. Y que el gran muralista mexicano Diego Rivera lo pinto en las paredes de México, para que lo olvidaramos”
Como dice Galenao, Los indígenas nunca tuvieron que defender el Medio Ambiente, porque hacían parte de él. Pero tanto Alexander Von Humboldt como Bonpland fueron los pioneros en la defensa del Medio Ambiente, caminando, respirando y explorando la geografía Americana.
Porque ya en Europa el Oro y la Cruz, estaban por encima de la arboleda y la magia del bosque.
Hoy el alma de la naturaleza la defienden por Facebook.
Quizás con la educación, podamos transformar las necesidades en conquistas ciudadanas. La historia, en una herramienta de ejercicio con el pasado que impida equívocos y nos haga ver otros senderos. Pero tristemente, la academia sufre de una de las peores crisis del Sentido Común.
Hoy educarse, es un sinónimo de poder, de prestigio, de especializaciones. La educación pública ya no tiene Estado y País que la quiera sostener. Ahora se privatizo su pedagogía y si antes se educaba para la tolerancia y la libertad, hoy se educa para el “Éxito”, “la Excelencia”, “Solo los mejores”. En otras palabras las Universidades Privadas parecen un marketing de ventas, que una institución humanística.
En Patas Arriba, ese texto de Galeano que señala las verdades con el dedo, como cuando se creó Macondo, está la verdadera realidad de la crisis de la educación.
Galeano no es un educador, un pedagogo, es algo mejor un provocador. Como lo fue Don Simón Rodríguez el maestro del libertador Simón Bolívar. Que en la escuela donde impartía su espíritu de aventurero, mezclaba a los niños y a las niñas, a los pobres y a los ricos, a los indios y a los blancos, y también unían la cabeza y las manos, porque enseñaban a leer y a sumar, y también a trabajar la madera y sembrar la tierra. Y que además, se desnudaba por completo para dar clases de anatomía.
Rodríguez nunca fue pedagogo, fue un viajero empedernido, que desde las estepas rusas, pasando por los pirineos y los laberintos de los Andes, experimento el mundo en sus venas y con su corazón de trashumante palpitaba de vida y anécdotas. Contario al educador de hoy que memoriza un plan académico y ejerce la autoridad para trasmitir un conocimiento lúgubre, que nunca ingresara a la sensibilidad colectiva.
Hoy en el siglo XXI, donde Donald Trump, Wasap, Fast Food y las tetas postizas son los quiméricos representantes del estruendoso ruido y altanero progreso. Andar desnudo dando clases de anatomía, puede provocar una indigestión de hamburguesa en el epidérmico virus de la moral y mandar a construir un muro fronterizo para los salvajes latinos que se desnuden.
Me voy desprendiendo de este desnudo discurso, porque leer a Galeano, es contagiarse de crítica, de fuego, de rebeldía, contrarias a la ensimismada congestión de vehículos que ahorcan la cotidiana vida.
Donde caminar y montar en bicicleta carece de modernidad y hablar no tiene una conexión segura, porque teclear mensajes a mil amigos virtuales, supera la expectativa de encontrase con uno real que huele a vida.
Pero dejemos las trampas del pesimismo y gocemos con los cronopios como Galeano, que aún quedan y que gritan, que levantan la voz, que ladran, que aruñan, que se levantan el vestido, que se desnudan, que lloran, que ríen y que se embriagan de atardeceres y se broncean con el sol de algunas palabras y le leen a los espectadores en los FESTIVALES DE NARRACION ORAL lo siguiente:
Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones, miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar.
Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.
Diego Lasso